El Poder de las Creencias I
Existe un remedio que tiene eficacia en más de una decena de enfermedades graves -incluyendo el cáncer, el infarto, la úlcera y el asma- y al mismo tiempo es capaz de aliviar el dolor más agudo o de devolver la movilidad a las articulaciones, y además, no cuesta nada: se llama “placebo”, una sustancia inerte o inactiva, a la que se le atribuyen ciertas propiedades (como las de curar una enfermedad) y que al ser ingerida puede producir un efecto que sus propiedades no justifican.
Influye sobre casi todos los síntomas y beneficia al menos a un tercio de los pacientes que la reciben, además no tiene efectos secundarios de importancia.
Se ha constatado que ninguna píldora, inyección o intervención quirúrgica está exenta completamente del llamado efecto placebo.
“Los buenos cirujanos saben que en la cirugía no existe el efecto placebo”. No lo digo yo, no soy médico ni mucho menos cirujano. Esta declaración pertenece a Bruce Moseley, médico, de los serios, de los que no se andan con tonterías ni supersticiones, ni cree en el poder de las creencias ni en el efecto placebo.
O al menos no creía antes de realizar su estudio, publicado en la revista New England Journal of Medicine de la Facultad Médica de Baylor en el año 2002.
Este estudio pretendía evaluar la eficacia de la cirugía en pacientes con dolores graves de rodilla. Su objetivo era descubrir qué parte de la cirugía provocaba la mejora en los pacientes, para esto dividió a 180 pacientes en tres grupos:
– Al primer grupo le rebajó el cartílago maltrecho;
– a los del segundo grupo les limpió la articulación de la rodilla con el fin de eliminar cualquier material que pudiera estar provocando la inflamación (ambos tratamientos constituían el tratamiento estándar de la artritis de rodilla);
– y el tercer grupo recibió una “falsa cirugía”: una vez el paciente estaba sedado, el doctor Moseley hacía las tres incisiones de rigor y luego hablaba y actuaba exactamente como solía hacerlo durante las intervenciones quirúrgicas reales, hasta que, al cabo de 40 minutos, cosía las incisiones como si de verdad hubiera llevado a cabo la operación.
El resultado fue sorprendente. Tal y como se esperaba, los grupos que se sometieron a una cirugía real mejoraron. Pero el grupo placebo mejoró tanto como los otros.
Ese mismo año, en la revista Prevention and Treatment de la Asociación Psicológica Norteamericana, el profesor Irving Kirsch reveló que el 80% de los efectos antidepresivos descubiertos en los ensayos clínicos podían atribuirse al efecto placebo; en 2008 se concluía que una buena parte de la acción del Prozac se debía al efecto placebo. Si queremos más datos, hay otro estudio que dice que el 32 por ciento de los enfermos con depresión mejora tras recibir placebo.
El Dr. Ernest Rossi afirma que la expectativa positiva de curación por parte de un paciente es ya el 50 por ciento del camino para su recuperación.
Ahora sabemos, lo demostró científicamente la doctora Candance Pert, codescubridora de las endorfinas, y lo explicó en un artículo publicado en Journal of Inmunology que cada pensamiento afecta al sistema inmunológico. Cada pensamiento libera sustancias químicas o neuropéptidos, proteínas sintetizadas en el cerebro que transmiten información al resto del cuerpo. Nuestros pensamientos nos afectan físicamente.
Una investigación desarrollada por neurólogos de la Universidad de Michigan ha descubierto los mecanismos cerebrales que explican el efecto placebo: cuando una persona cree que va a tomar una medicina, su cerebro activa una región vinculada a la habilidad de experimentar un beneficio o una recompensa, el núcleo accumbens, y segrega dopamina, provocando el alivio al dolor.
Durante años el efecto placebo se ha ignorado por la medicina tradicional…
¿Por qué somos así? ¿Por qué sólo creemos algo cuando los científicos que antes lo negaban nos demuestran que estaban equivocados?
Permíteme unos consejos finales para maximizar tu efecto placebo: Elige medicamentos rojos o negros, paga un precio caro, si te lo pueden inyectar mucho mejor, y si puedes cambiarlo por una cirugía no lo dudes; que el tratamiento sea muy potente, con una administración complicada y con una terapia muy moderna y eficaz.
Un estudio de la Universidad de Amsterdam demostró que los comprimidos de color rojo o negro tienen mayor «eficacia» que el resto; los blancos son percibidos como «más débiles»; los rojos, amarillos o anaranjados se consideran estimulantes; y los azules o verdes transmiten tranquilidad; las cápsulas son más eficaces que las pastillas; los analgésicos más caros curan mejor el dolor de cabeza mientras que las tabletas más baratas, cuando se sabe que lo son, a veces no resultan eficaces; los medicamentos inyectados consiguen mejores resultados que los orales pero la que se lleva la palma es la cirugía, aunque tan sólo consista en abrir y cerrar al paciente. Además, la eficacia de una terapia puede aumentar entre un 25 y un 75 por ciento si se dice que el tratamiento es muy potente, que la administración es complicada y que la terapia es muy moderna y eficaz.
¿De verdad queremos seguir ignorando el poder de nuestras creencias para determinar lo que pasa en nuestras vidas?